Simplemente la paulatina casualidad,
el ocaso del cáos,
el esperpento sanguíneo,
el vuelo de un aliento coagulado.
La fría mesura de haberte hallado.
El jardín que florece ante un sigiloso pero evidente rechazo.
Y el llanto del que mama sin saberlo,
del hombre severo pero ilusionado,
que cambia mañana su amor,
por otro sustituto regazo.
Todos somos ese regazo y ese amor.
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